
Prólogo
Introducción
Capítulo 1 Montaña de Decisión
Capítulo 2 Montaña de Sobrevivencia Everest en primavera
Capítulo 3 Montaña de Perseverancia Everest en otoño
Prólogo
Una expedición hacia el interior de ti mismo. «Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo» Frederich Nietzsche por Antonio Rosique Siéntete afortunado o afortunada. Estás a punto de embarcarte en una expedición que cambiará tu vida. Tienes ante ti un libro poderoso, un relato que te provocará, un testimonio que te dará esperanza. Después de leer esta historia no volverás a ser la misma persona, no podrás ver la vida igual. Yo ya he emprendido este viaje siguiendo las memorias de Elsa, las huellas que esta exploradora extraordinaria ha ido dejando para nosotros. Te aseguro que en estas páginas escucharás como se estremece la tierra; aquí, entre estas líneas, habitan el espíritu de la montaña y la sabiduría de la naturaleza. Aquí, entre las palabras y los recuerdos, se cuelan el aire puro de la Isla de Baffin y los rayos de sol que sólo se ven desde los picos nevados del Himalaya. Aquí sentirás el vértigo como si estuvieras colgado o colgada de una pared de roca en Yosemite; contemplarás la fragilidad de la vida y, al mismo tiempo, descubrirás una nueva fuerza para luchar que no conocías dentro de ti. No exagero. El relato que estás por conocer es el de una mujer apasionada por descubrir el potencial de la existencia humana; una mexicana que ha llegado a los lugares más inaccesibles del planeta, sólo para volverse más humilde, y confirmar que la naturaleza nos ofrece todos los días una nueva oportunidad para aprender. Elsa ha sido siempre una mujer de retos grandes -gigantescos diría yo- y ese notable rasgo de su carácter, esa refrescante cualidad en su espíritu, la convierte en una fuente de inspiración para los que tenemos la fortuna de conocerla. El 5 de mayo de 1999, Elsa se convirtió en la primera latinoamericana –indiscutible- en alcanzar la cumbre del Monte Everest (8848 mts), la montaña más alta del mundo. Aquel ascenso glorioso fue el resultado de una existencia marcada por la sed perenne de retos y aventuras, una búsqueda permanente de nuevas respuestas. Atleta de alto rendimiento, alpinista, empresaria, exploradora, innovadora, creativa, escritora, conferencista, activista, líder, madre de dos hijos, sobreviviente, Elsa se ha empeñado a lo largo de su vida por habitar este mundo de forma plena y significativa, por vivir en el presente de manera profunda y auténtica. Tras escalar en montañas de más de ocho mil metros, y ser parte de incontables excursiones a los rincones más apartados de la civilización, Elsa sigue determinada todos los días a vivir una vida apasionante y a superar los retos que le presenta el universo. Rodearse de personas excepcionales es uno de los mejores regalos que puede darse un ser humano; estar cerca de hombres y mujeres que se atreven todos los días a vivir su vida al máximo, es lo mejor que podemos hacer para mantener vivos nuestros sueños; forjar alianzas con gente positiva que alienta nuestro crecimiento, que nos propone retos, que nos impulsan a ir más lejos, es una receta eficaz para desarrollar todo nuestro potencial. Elsa, es una de esas personas. Por lo pronto, este libro es el inicio de ese viaje que, consciente de él o no, tanto has anhelado; esa expedición hacia los confines del mundo o hacia el interior de ti mismo. Tienes en tus manos un relato trepidante que -inevitablemente- cuestionará tu forma de vivir, un testimonio que despertará inquietudes adormiladas en tu ser, una historia que te impulsará a encarar tu verdadero destino. Siéntete afortunado, o afortunada, porque aquí tienes un pasaporte a la aventura. La montaña, tu montaña personal, ahí está, esperándote. Te invito a que cambies de página, escuches la voz de Elsa, y des ese primer paso. No te arrepentirás. Antonio Rosique Twitter: @Antonio_Rosique www.antoniorosique.com
Introducción
Desde que regresé de mi último ascenso al Everest, en el que alcancé la cumbre, surgió la idea de escribir este libro y el paso del tiempo me ha dejado varias lecciones, una de ellas, es el no estancarme en el porqué de las cosas. Los budistas tienen una firme creencia que comparto con ellos: toda causa tiene una consecuencia. Todas las experiencias de vida que tuve después de mi ascenso son las que me han permitido despertar áreas dormidas en mi ser. Experiencias que quiero compartir porque me parece importante formar parte de un mundo sano, mental y espiritualmente. Es una parte que muchos hemos abandonado por estar inmersos en el futuro que aún no llega o en el pasado que ya se fue, dejándonos envolver por lo superficial y, por tanto, sólo hay una resultante: somos personas superficiales. Aunque si profundizamos clara y honestamente en nuestro ser, podemos aspirar a ser profundos, a conocernos y entonces poder compartirnos. Alguna vez me pregunté ¿por qué preparan los diferentes países a sus habitantes en ser mejores abogados, mejores doctores, mejores matemáticos, en fin, mejores “profesionistas”? ¿No sería mejor crear individuos con conciencia de lo que somos y en qué podemos contribuir en nuestro corto peregrinaje por la vida? Es decir, prevenir en lugar de enmendar. Seríamos una sociedad sana, que ni dudaría de trabajar unidos y alcanzaríamos más cumbres que podríamos gozar.
Triunfar al Extremo es un espacio en el que quiero compartir la grandiosa experiencia de llegar al punto más alto del planeta y a otras montañas de vida, desde donde se puede tener un panorama más amplio, ver diferentes direcciones y miles de montañas. Las montañas, para mí son oportunidades, son mis retos, son mi vida.
Las direcciones son los caminos que a veces parecen rectos y cortos; no obstante, si los miramos bien, pueden tener altas paredes, escarpados precipicios, enormes montañas, avalanchas masivas, climas adversos. La claridad y determinación de mirar desde lo alto para emprender nuevos caminos es la que nos permite gozar cada paso en la montaña, cada paso en la existencia.
El título de esta obra lleva ese nombre porque para mí el triunfo extremo significa estar viva después de tantas veces que estuve cerca de no regresar, sobre todo como ya el lector podrá percatarse al final de la lectura, en situaciones o montañas que yo no elegí.
Para ascender cualquier montaña es necesario tener decisión, una vez que la tenemos existen diferentes caminos, que te invito a analizar:
La ruta directa.
• ¿Cuál es el tipo de mentalidad que me permite llegar directo a la cumbre? • ¿Qué factores influyen para tener esa mentalidad? • ¿Cómo puedo fortalecer mis habilidades para mejorar los resultados que he obtenido hasta hoy?
La ruta de la incertidumbre La vida en sí está llena de cambios. • ¿Cuáles son las avalanchas de mi vida? • ¿Cuánto peso le doy a los factores externos de la montaña y que no puedo controlar?
• ¿Me ha llevado a resultados positivos?
• ¿Cómo puedo aplicarlos nuevamente?
• ¿Acostumbro culpar a otras personas o busco aprender para continuar subiendo hasta llegar a mis cimas?
La ruta de la indecisión Se vale decir NO QUIERO, es más honesto y evita quitar oportunidades a otros.
Cuando estés abajo pregúntate:
• ¿Qué es lo que realmente quiero?
• ¿Qué me aportará esta meta?
• ¿Qué NO he hecho que si hiciera marcaría una notable diferencia y me llevaría a donde realmente quiero?
Bajar no significa rendirse, es cuestionarte acerca de lo que realmente quieres y cómo lo quieres. Recuerda que yo no llegué al techo del mundo en mi primera oportunidad, te invito a perseverar, es cuestión de actitud.
CAPÍTULO 1 Montaña de decisión
Mi inicio No lo recuerdo, aunque lo intuyo, aquel momento de mi primera decisión: cuando resolví soltar el asidero y lanzarme a la aventura de caminar, sin importar los tropiezos y las caídas, el objetivo era explorar, sentir la libertad de movimiento y comenzar una travesía en la vida, que me ha dado grandes recompensas. Carlos Carsolio, quien fue mi primer maestro en la escalada, y posteriormente mi compañero en casi todas las aventuras en la montaña y mi esposo, me contaba asombrosos relatos de sus diversas excursiones que me llenaron de intriga, si bien no podía saciar mi ansiedad de emociones fuertes, como era aventarme en paracaídas, quizá podría lograr el sabor de la adrenalina corriendo por mi cuerpo a través de la montaña. No quería perder más tiempo, esos relatos sonaban demasiado atractivos como para no darme la oportunidad de conocer lo que otros podían lograr. La primera vez que toqué una pared fue en El Chico en Pachuca, el entorno del lugar hacía mágico cada instante. Estaba rodeada de hermosos pinos, el ambiente que se respiraba era muy fresco, yo apenas había cumplido 15 años y estaba deseosa por imitar a Carlos, sólo vi que subía rítmicamente y cómo con cada movimiento ganaba más y más altura. Cuando la cuerda terminó su viaje de ascenso por fin llegaba mi turno, aún recuerdo muy vívidamente ese momento: mis ojos encontraban un asidero, mi mano lo alcanzaba, instintivamente volteé hacia el otro lado buscando otra presa para mi otra mano y mis pies fueron subiendo. La libertad de llevar mi cuerpo a donde mi mente ordenaba tras haber recibido la información que veía, era apabullante, parecía una máquina bien sincronizada, era mi cuerpo en una bella expresión, era mi mente con una osada determinación, y en ese momento me atravesó una claridad nítida: yo quería escalar paredes. Quedé maravillada ante la sensación de poder llevar mi cuerpo a donde mi mente quería, y de la forma en que me proponía, y además con un maravilloso regalo: la cumbre, ese lugar de encuentro, de aprendizaje y de búsqueda que continuó por muchos años. No era suficiente haber leído o conocer la técnica para escalar, había que entrenar, y eso implicaba organizar mi tiempo en el que también me tenía que dedicar al estudio. Claro que llegó un momento en que la pasión por escalar era tan profunda, que se convirtió en mi prioridad y destinaba tres o cuatro horas diarias a entrenar en el gimnasio. Si bien no nací con dotes físicas notables, debía fortalecer esas carencias de alguna manera y éstas se dieron colgándome en las barras, subiendo mi propio peso sobre los brazos y sobre las yemas de los dedos, en mi mejor momento casi elevando mi propio peso sobre una mano, también hacía repeticiones en los aparatos con pesas, inventamos ejercicios que se parecían a los movimientos realizados en la escalada en la pared con sus consecuentes lesiones. Eso era aprendizaje, esa fue una decisión: pese a atravesar obstáculos que no me gustaban supe que debía empeñarme en buscarles el lado positivo para alcanzar lo que me proponía. Esa fue mi juventud: soñar con el fin de semana para preparar mi mochila con equipo e ir a la pared con mis amigos. La ruta soñada: cada movimiento, cómo debía entrenar en el gimnasio. Algunas veces estaba dentro de la biblioteca haciendo trabajos o estudiando para los exámenes de análisis estructural, y mi traicionera mente se evadía a la verticalidad, al vacío, a las cuerdas y a mi equipo, a todos esos momentos y sensaciones que daban sentido a mi existencia, cada movimiento me hacía sentir viva, y poca gente me comprendía, ¿cómo una joven se dedicaba a una actividad de tanto esfuerzo, pudiendo gozar los fines de semana con amigos en las actividades propias de la gente de su edad? Mi inversión de tiempo siempre ha sido diferente. Todos atravesamos diariamente por momentos de decisiones en nuestro ascenso por la vida. Estas decisiones son más firmes y sencillas de tomar cuando estamos convencidos de lo que somos y de lo que queremos, es así como podemos convencer a más personas, es así como podemos alcanzar altas cimas… y todo comienza con un sueño. Hoy entiendo que la vida está llena de momentos de decisiones y consecuencias. Si algún día estás al borde de un abismo con incertidumbre por saltar y llegar a la seguridad de la otra orilla. ¡Decídete!, sólo te toma un instante, la satisfacción posterior perdura infinitamente. Reflexiona acerca de la determinación con la que realizas tus ascensos:
• ¿Qué te detiene a luchar por lo que te has propuesto? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________ • ¿A quién le das el poder de cuestionar tus capacidades? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________ • ¿Qué te limita a ir detrás de tus sueños? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________ • ¿Cómo puedes convertir lo que te dices a ti mismo (diálogo interno) en tu aliado? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________
CAPÍTULO 2 Montaña de sobrevivencia Everest en primavera
La concentración al patear la nieve y hielo con los crampones, al clavar el piolet y al respirar el enrarecido aire de las alturas, súbitamente se vio interrumpida por un fuerte dolor en la mitad baja de la cabeza, la sentía caliente y mi equilibrio estaba afectado; solamente podía avanzar con cierta confianza gracias a la cuerda que estaba sobre las rampas entre el Hombro Oeste y el inicio del filo rocoso de la Arista Yugoslava, donde colocaríamos una tienda a 7,600m. Me encontraba sola y sentía la necesidad de tirarme a descansar.
Finalmente logré llegar a la tienda, por los síntomas sabía que se trataba de un principio de edema cerebral y que la mejor solución para aliviarlo hubiera sido bajar; aunque ya no tenía la energía para hacerlo y me propuse aguantar la noche y descender a la mañana siguiente. Durante el descenso, cada paso fue un suplicio por lo exhausta que me sentía, lo que me sacó adelante fue la fuerza de voluntad; abandonarse a la muerte es la solución sencilla, significa recostarse y entonces termina todo: en un helado sueño. VIVIR ES LUCHAR. Llegando al Collado de Lho Lha (6,006m), aún debía subir un arduo tramo mixto (de roca y hielo) de más de 400m verticales, y a pesar de tener cuerdas fijas, recuerdo que mi comentario fue:“esto es una trampa mortal, yo todavía tengo energía para subir, aunque si viniera peor, estoy segura que no regresaría”. Así continué escalando las rampas, subiendo mi jumar, colocando mis crampones y piolet, en un estado de aletargamiento, hasta alcanzar mi tienda del Campamento Base. Nunca antes me habían dado calambres, en esta ocasión los sentía por todo el cuerpo: la espalda, atrás de los brazos, el cuello, y acuclillarme para ir al baño y luego tener que incorporarme era un martirio que al hidratarme fue desapareciendo poco a poco.
Esa experiencia me hizo decidir no intentar subir más por la arista yugoslava, por lo que permanecí en el Campamento Base. Después de un frustrado ascenso de Carlos en el que pretendía alcanzar la cumbre por esa ruta sin tanques de oxígeno y tras unos días de descanso en el Campamento Base, decidimos que podía darme otra oportunidad de subir, ahora por la ruta de la conquista. Atravesar la cascada del Khumbu, un tortuoso laberinto de grietas y bloques de hielo que amenazan con desplomarse en cualquier momento, más que implicar un esfuerzo físico o técnico era una pesada carga mental, por lo que superarla nos permitió respirar con la relativa tranquilidad el enrarecido aire de las alturas, para después comenzar a gozar de la caminata sobre el Valle del Silencio, un extenso pasillo nevado bordeado por la pared sudoeste del majestuoso Everest y por las rampas heladas del Nuptse; de fondo siempre la Pared Norte del Lhotse (la cuarta montaña más elevada del planeta). Ascendimos sobre las rampas del Lhotse y alcanzamos la tienda del Campamento III, ubicado a 7,300m, en donde descansamos para que al siguiente día llegáramos al collado sur a casi 8,000m. La soledad de la montaña era aplastante, sólo se escuchaba el jadeo de los castigados pulmones, que era recompensado por la vista de los picos que empezaban a empequeñecerse ante el coloso que pretendíamos subir. Llegar al collado sur cambió nuestra perspectiva de las cosas.
Al comunicarnos con el Campamento Base para informar que habíamos alcanzado ese punto y que al siguiente día iniciaríamos nuestro intento por llegar a la cumbre, Janusz, que fungía en ese momento como líder de la expedición (ya que Genek, el jefe de la expedición, también estaba realizando su propio intento), nos pidió que usáramos unos tanques de oxígeno que los neozelandeses Rob Hall y Gary Ball habían abandonado en el collado sur, tras su huida de la montaña por el edema pulmonar doble que Gary presentó. La razón de su insistencia se basaba, por un lado, en el principio de edema cerebral que yo había sufrido y, por el otro, por la afección de garganta que padecía Carlos. Además, en el Campamento Base se encontraba el papá de Carlos, y él también nos pedía usar los tanques. Todas estas cuestiones ejercían una presión muy fuerte en nosotros, además siempre teníamos presente que habíamos sido abanderados por el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, lo que significaba un enorme compromiso con nosotros mismos y con nuestro país, y, por si eso fuera poco, los patrocinadores de nuestra expedición confiaban en que nuestro esfuerzo culminaría en la cumbre, por lo que finalmente decidimos agregar a nuestras mochilas un tanque de oxígeno con su respectiva mascarilla para utilizarlo a partir de la altura que fuera necesario.
La estrellada noche enmarcaba nuestro ascenso que se hacía cada vez más arduo, por lo que aproximadamente a 8,400m de altura decidimos colocarnos las mascarillas y empezar a respirar el oxígeno de los tanques que llevábamos cargando. Recuerdo lo difícil que era dar cada paso para ganar altura, me sentía como zombi, haciendo las cosas por inercia, aun así, quería seguir y por mi mente no pasaba la idea de desistir, sentía un fuerte compromiso no sólo con quienes me patrocinaron y me apoyaban, aunque fuera moralmente, sino también con Carlos, quien llevaba un paso muy bueno y tenía que ir esperándome. En esos momentos no podía ni siquiera disfrutar el paisaje: ir dejando altas montañas y nubes más abajo, el intenso azul del cielo. El ascenso se estaba convirtiendo en una batalla conmigo misma; mis pensamientos se limitaban a tratar de imaginar cuál sería la diferencia de ir sin tanques, ¡si el esfuerzo era tan grande llevando tanques! Todavía faltaba mucho, el tiempo seguía corriendo y parecía llevar más prisa de lo normal, el sol comenzó a bajar hacia el horizonte y la montaña aún tenía más ladera por subir, era interminable, yo no quería abandonar.
Después de un intenso esfuerzo llegamos a la cumbre sur (8,750m) a tan sólo 98 m de la cumbre, desde ahí podíamos verla, nunca pensé en otra cosa más que en seguir subiendo. Sin embargo, debido a que ya era muy tarde (aproximadamente las 5 de la tarde) y habíamos empleado más de 15 largas horas en el ascenso, Carlos y yo empezamos a discutir. Él me decía que por ir tan despacio, su tanque ya no tenía oxígeno y que tendríamos que regresar. Yo me sentí muy molesta con su reclamo y le dije que si quería podía usar mi tanque y me arranqué la mascarilla de la cara. En ese momento él se percató que yo tenía los labios morados y los ojos desorbitados, y tras un momento de reflexión, me pidió descender. ¡No podía dar crédito a lo que mis oídos escuchaban! La cumbre estaba tan cerca. Yo le pedí a Carlos que usara mi tanque de oxígeno para que él continuara, y que yo lo esperaría, y me dijo: “No sabes lo que dices, aquí me esperas pero… ¡muerta!” Nos comunicamos al Campamento Base para informar la situación y nuestra decisión de descender. El papá de Carlos, que se encontraba ahí apoyándonos, nos suplicó: “Hijos, si todavía tienen fuerza, por favor, bajen ya”. Empezar el descenso fue un momento muy doloroso que nunca olvidaré, la cara de Carlos, su imagen mirando el precipicio de la Pared sudoeste del Everest, sus palabras, un sentimiento de fatiga tan intenso, y mi primer paso que culminó en una caída detenida por la cuerda que nos unía. Además de tener que soportar el dolor de no haber alcanzado la cumbre, tenía que soportar el peso sobre mi agotado cuerpo de una carga moral de culpabilidad de que él no hubiera alcanzado la cumbre, por lo que cada paso se dificultaba. Caí otras veces, siempre detenida por la milagrosa cuerda. Repentinamente, la felicidad me invadió cuando vi una luz que supuse sería de amigos que venían a nuestro encuentro… alucinaciones. la luna empezaba a salir y confundí su luz con una lámpara. La oscura noche parecía engullirme y mi cansado organismo quería detenerse a descansar, me desplomé sobre la rampa, mirando al vacío, apenas iba a clavar mis crampones sobre el hielo de la pendiente cuando de pronto comencé a caer, mi cuerpo que fue cayendo sin control, alcanzó rápidamente una vertiginosa velocidad y el metal de los crampones sacó chispas cuando golpeaban contra las paredes rocosas, sentí cómo me golpeaba la cabeza, las muñecas, estaba tan cansada que ni siquiera pude clavar mi piolet, entre mi aletargamiento y la velocidad que había alcanzado, perdí el control. Los segundos transcurrieron muy despacio, hasta que súbitamente la caída se detuvo en seco, sentí un fuerte impacto en mi cintura que venía amarrada de la delgada y bendita cuerda que Carlos sostenía en su cintura, todo ocurrió tan rápido, que al inicio Carlos ni siquiera pudo controlar la caída, afortunadamente su experiencia le permitió clavar su piolet fuertemente en el hielo y soportar el tirón con su cuerpo. Nos reencontramos y continuamos el descenso, y me preguntaba ¿cuánto tiempo más tendría que soportar el castigo? Me dolía todo, aunque había que continuar. Por más que me esforzaba no podía ir más rápido y Carlos ya estaba desesperado por seguir mi lento paso. Una vez que llegamos a donde las rampas que conducen al collado sur perdían la pendiente, él se quitó la cuerda y se fue a la tienda. Yo estaba tan extenuada que tuve que detenerme, sentarme y descansar.
En ese momento tuve una fuerte sensación de que una extraña presencia estaba sentada a mi lado, lo que me dio temor y me hizo incorporarme de nuevo y continuar (hacía 15 días había desaparecido un sherpa y un yugoslavo y habíamos pasado junto a sus cuerpos). Cuando llegué a la planicie del collado, me tiré boca arriba a contemplar las estrellas y a llorar amargamente. Me estaba enfriando y sabía que tenía que continuar porque me esperaba Carlos en la tienda. Cuando llegué ahí lo vi, descansando, muy molesto conmigo y respirando de un tanque. Yo también me recosté y me coloqué la mascarilla con el tanque de oxígeno: nuevamente alucinaba, ahora vi las imágenes de Edmund Hillary y un oriundo del Himalaya, que supongo era Tenzing Norgay, en la entrada de la tienda y me reclamaban el estar usando oxígeno complementario, eso no era ético, por lo cual me quitaba la mascarilla y luego me la volvía a poner. Así sucedió en dos ocasiones más hasta que amaneció. Me sentía tan culpable, que le propuse a Carlos que él descansara mientras yo fundía nieve para que se hidratara y se recuperara para que la siguiente madrugada intentara de nuevo alcanzar la cumbre. Él accedió y decidió intentar el ascenso sin el uso de tanque de oxígeno. Para fundir nieve, yo tenía que salir constantemente de la tienda y traerla. En una de las veces, al tratar de abrir el cierre de la tienda, los dedos de mi mano se quedaron rígidos y por más que mi cerebro ordenaba que se movieran, era imposible. La pesadilla comenzaba, los estragos por la falta de oxígeno se hacían notar. Ya había leído que en ese mismo lugar, a una alpinista alemana le había dado un ataque de apoplejía y los síntomas que yo presentaba eran exactamente los mismos. Inmediatamente nos comunicamos al Campamento Base, y el doctor nos dijo qué medicamento del botiquín de emergencia que llevábamos necesitaba tomar. Sin embargo, sabíamos que la cura eficaz contra cualquier enfermedad causada por la extrema altitud, es bajar a donde el nivel de oxigenación sea mayor. Por lo que decidimos que Carlos subiría y yo descendería.
Afortunadamente, en ese momento bajaba un grupo, entre quienes se encontraba una estadounidense, que se comprometió moralmente a acompañarme. Juntas iniciamos el descenso, cada paso era un suplicio. Llegamos a las tiendas que se encontraban a 7,300m. Recuerdo el placer con el que me dejé caer dentro de una de ellas, peleaba constantemente con mi fatigada mente y cuerpo. Mis compañeros de grupo querían descansar, yo sabía que tenía que continuar bajando. Una voz… un llamado me motivaba a bajar: el papá de Carlos y su súplica de que bajáramos. Constantemente pensaba en el temor que el padre de Carlos podría estar sintiendo y me decía: “No puede regresar sin mí, sería muy doloroso para él tener que explicar a mis padres que no sobreviví, tengo que bajar y verlo…” La pesada mochila que llevaba en la espalda seguramente me hacía ver como una delicada hormiga, y cada vez que tenía que agarrar vuelo para saltar y cruzar una grieta, caía extenuada y permanecí largo rato tirada como un escarabajo que no puede voltearse e iniciar el vuelo. Aquella voz, aquella voz que nunca olvidaré: “Hijos, si todavía tienen fuerza, regresen”, era la que me hacía remontar el descenso y esforzarme aún más para tratar de llegar abajo. El clima se deterioró y una tormenta azotó a la montaña, lo que ocasionó que rápidamente se cargaran sus laderas de espesa nieve, y posteriormente empezaron a caer por todos lados enormes avalanchas, la visibilidad disminuía. Carlos no pudo continuar subiendo y me alcanzó durante el descenso. En esta ocasión, la montaña no quiso que llegara a la cumbre. El descenso fue muy difícil y angustioso. Atravesar el Valle del Silencio con sus grietas fue complejo por la neblina y la poca visibilidad. Acabábamos de atravesar la cascada del Khumbu, cuando a lo lejos escuché un llamado característico de comunicación entre los miembros de la familia de Carlos, era su padre. Lo primero que hice fue abrazarlo y le dije que gracias a él yo estaba ahí. Al reconstruir los hechos de nuestro fallido intento, descubrimos que el regulador del tanque de oxígeno que yo llevaba era el mismo que había usado Gary, y no servía. Esta noticia fue impactante. Significaba que de no haber llevado tanque de oxígeno, con toda seguridad habría alcanzado la cumbre. En realidad, en lugar de que el tanque hubiera sido una ayuda para agilizar el ascenso, lo que hizo fue impedirme respirar el poco oxígeno que hay a esas alturas, además de que cargar el pesado tanque hacía mi avance más lento. A pesar de sentirme realmente abatida por lo que acaba de conocer, había un hilo de sentimiento de alegría: ¡estaba viva!
La montaña parecía seguir enojada y hacía ver su furia a través de la tormenta que no cesaba y que cargaba cada vez más sus laderas, haciéndola muy peligrosa por el riesgo de avalancha. Genek y Andrek, miembros de nuestra expedición, habían alcanzado la cumbre por la ruta yugoslava utilizando tanques de oxígeno. Mirek, Wacek, Zyga y Falco habían subido para tratar de ayudarles a bajar el equipo de la montaña y así aligerar la carga de los que venían de la cima. Sin embargo, las fuertes rampas del Khumbutse se encontraban muy cargadas de nieve. Estábamos en la tienda comedor pensativos, cabizbajos, cada cual en su mundo. El mal sabor de la derrota me acompañaba y triste dejaba pasar el tiempo. Repentinamente, el walkie talkie de la tienda interrumpió mis pensamientos con una llamada en polaco: “lawina”. Le hablé al médico polaco para informarle de la llamada. La noticia era terrible. Todos habían sido barridos por una avalancha, el cuerpo de Mirek cayó dentro de una rimaya sin fondo e irremediablemente había encontrado la muerte. El médico logró establecer contacto con Andrek, quien le iba narrando las circunstancias en que se encontraba cada compañero. Wacek no había sobrevivido, y Zyga y Falco estaban gravemente heridos, aunque con vida. Sin embargo, al poco tiempo también fallecieron. Sólo Genek y Andrek lograron sobrevivir a la avalancha; Genek tenía una fractura expuesta en la pierna y habían perdido parte de su equipo. Se les informó que al siguiente día trataríamos de subir para ayudarlos. La montaña estaba realmente furiosa, la nieve caía y caía, acumulándose en enormes cantidades. Los miembros de las pocas expediciones que aún permanecían en la montaña nos unimos para tratar de hacer un rescate. Los hermanos Burguess y otros miembros de la expedición de Estados Unidos junto con Carlos, se prepararon para intentar subir por las rampas directo al collado de Lho Lha. Su papá me decía: “Hija, no dejes que Carlos vaya”. Yo le dije que no podía hacer eso, ya que si el que estuviera en esa situación fuera su hijo, agradeceríamos cualquier intento por salvarle la vida.
Esa es la actitud en la montaña, y hay que respetar las decisiones de cada persona. La mañana siguiente, Andrek nos comunicó que habían sido barridos por otra avalancha y nos suplicaba ayudarlos; no sabíamos si Genek soportaría más tiempo. El equipo de rescate tuvo que regresar; era imposible acercarse a la pared por tantas avalanchas que caían constantemente. El sistema de radios para la comunicación a México con Radio Red fue de gran utilidad para comunicarnos a Katmandú, donde estaba nuestro amigo polaco Artur Hajzer, con quien habíamos compartido algunas expediciones en el Himalaya. Él, con la ayuda de Reinhold Messner (el primer alpinista en escalar los 14 ochomiles), inició un rescate para llegar hasta Andrek y Genek a través de China. El siguiente día amanecimos con una terrible noticia: Genek había muerto. Andrek trataría de llegar a la tienda que habían dejado en el Collado de Lho Lha. Después de dos angustiosos días, se logró rescatar la vida de Andrek. Dejamos tristes la montaña. Perdimos a muchos amigos y no logramos alcanzar la cumbre del Everest. Sin embargo, la montaña me reforzaba que si no me había permitido tocar su cumbre, sí me daba la oportunidad de seguir viva, y que ella ahí continuaría esperando el momento en que yo decidiera hacer un nuevo intento. Muchas reflexiones me dejó la experiencia vivida.
Las decisiones que se toman en momentos difíciles pueden representar la diferencia entre la vida y la muerte. En el momento en que estaba a tan sólo 98 m de la cumbre, la decisión más fácil hubiera sido continuar subiendo, pues la muerte era segura. La decisión de bajar implicaba un esfuerzo monumental, un desgaste físico y emocional, una lucha por conservar la vida. Sin embargo, en ese momento me percaté que esa es la esencia de la vida: una lucha continua que puede ser toda una aventura. A veces no alcanzamos el éxito en el primer intento; sin embargo, la vida me ha enseñado que eso no significa un fracaso, si pensara así, no me daría la oportunidad de aprender de la experiencia. El gran 26/219 esfuerzo que representó el intento de alcanzar la cumbre del Everest forjó mi carácter, porque me hizo darme cuenta que hay cosas que no son sencillas, que requieren de mucha preparación y disciplina, y de recorrer el camino más de una vez. Mientras haya vida, hay oportunidades. Los límites son una barrera mental que se pueden borrar mientras más amor por la vida tengas y estés consciente que las oportunidades están esperando para ser conquistadas, sólo requieres abrir el corazón para reconocer al ser único que llevas dentro. Reflexiona acerca de tu vida:
• ¿Qué es lo que te motiva en la vida? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________ • ¿Vale la pena tener todo lo que has soñado y no tener salud física que te permita gozarlo? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________ • ¿Has hecho todo para que las personas que viven a tu alrededor vivan intensamente con lo que puedes aportarles (amor, tiempo, atenciones) o te boicoteas para que te recuerden por lo que nunca les diste? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________ • ¿Te castigas pensando en el pasado o aprendes de las experiencias y disfrutas el presente? ______________________________________________________________________________________________________________________________________________________
CAPÍTULO 3 Montaña de perseverancia Everest en otoño
Con el corazón destrozado, la espalda encorvada bajo el peso de la derrota y la moral deshecha por la muerte de nuestros compañeros, arribamos al aeropuerto de la Ciudad de México que estaba desolado comparado con otras ocasiones en las que estaba a reventar de gente que iba a recibirnos y a felicitarnos por el éxito obtenido. Esta vez, solamente estaban nuestros familiares y unos cuantos amigos. En momentos así es cuando realmente se conoce el significado de la palabra “amigo”: es quien te acompaña y te demuestra su afecto tanto en las buenas como en las malas. Al siguiente día, los encabezados de los periódicos anunciaban con mayúsculas y negrillas: “Fracasaron”. Una rabia interna me invadía y quería restregarles el escrito en la nariz y gritarles: “¡Cómo te atreves a expresar una opinión sobre una historia que no conoces y afirmar que vivir es fracasar!” Vivir día tras día con el sabor de la derrota y la cara larga de Carlos me hacía sentir que mi vida no tenía sentido, me hacían cuestionarme continuamente por qué a mí me había tocado vivir y a Genek o a cualquiera de los compañeros polacos, morir. Inmediatamente surgió la idea de un nuevo intento para escalar el Everest en el otoño. Así que tan sólo teníamos un mes y medio para buscar patrocinadores, disponer del equipo necesario, y lo más difícil: prepararnos mentalmente. Decidimos organizarnos en una pequeña expedición de amigos, en la que las ideas fueran fácilmente discutidas entre todos para llegar a un acuerdo, y lo mejor: trabajar en equipo. Sería un equipo netamente mexicano: nuestro buen amigo Enrique Luengo; Alfredo Carsolio, joven muy fuerte, entusiasta y amigable; Carlos y yo…